Título: Year Of Blood – Part 3
Guión, arte &
tapa: Patrick Gleason
Tintas: Mick Gray
Colores: John
Kalisz
Letras: Tom
Napolitano
El Año de la Sangre continúa y un nuevo número significa (por lo menos hasta acá) una nueva proeza que realizar. O mejor dicho, un lío que arreglar (o recuerdito tomado sin permiso que devolver; ¡SANTOS BATI RECIBOS!).
Me gusta mucho esto de los flashbacks pero, obviamente, no
solo por el hecho de que vemos como el Niño
Demonio cumplió las misiones o preparaba la logística de las mismas, sino
por el hecho de que vemos al ‘Damian malo’ y después vemos en el presente al
‘Damian bueno’, por así decirlo.
Dicho lo anterior, la historia abre con una escena del
pasado al mejor estilo Frankenstein (o, si no se quieren ir de Batman, del Elseworld ‘Castle Of The Bat’ (1994), de Jack C. Harris y Bo Hampton, inspirada obviamente en la historia
del inolvidable ‘zombie para armar’) donde nuestro protagonista está testeando
un aparato que emite ondas de sonido que tortura horriblemente a unos Man-Bats
enjaulados y derriba a los murciélagos que están por el lugar. Dicho
dispositivo es ahora el silbato para llamar a Goliath.
Como Patrick Gleason no se guarda ninguna bizarreada, Damian
y cía (Goliath y Nobody) son atacados por una tribu a bordo de pájaros gigantes
en Islandia, mientras devuelven un cristal a una cueva que vemos en llamas en
segundo plano. La complicación radica en que el silbato de Goliath se rompe y, mientras pelean, Nobody usará los poderes de su traje para tratar de calmar a la
bestia (MALA IDEA). Las ondas generaran que el monstruo se desplome. Empezará
una batalla física y verbal entre Damian y Nobody, pero la contienda acabará rápidamente cuando un iracundo Goliath se despierte y el Joven Maravilla reajuste el
mecanismo de Nobody para calmar a la
mascota/medio de transporte, esta vez con resultados positivos. A continuación
veremos como las cosas de edulcoran un poco entre los jóvenes (chiste sobre la
edad de Damian mediante, ya que Nobody le voló un diente de leche de un certero
puñetazo).
Calmados los ánimos (y Goliath) se producirá una charla más
personal, donde la hija de Morgan Ducard revelará que su nombre es Maya. Pero la verdadera revelación será
que la joven está usando la identidad de su padre, porque en realidad está
haciéndose pasar por él. Damian escuchará los mensajes que Nobody tiene en la computadora
de su espectacular lancha, dirigidos a su padre por supuesto.
En las últimas páginas vemos a Talia, quien yace en una
fuente en lo que parece ser un ritual de purificación realizado por una
siniestra figura, una suerte de hechicero/a. Mientras este extraño ser le
muestra sus propios pensamientos y le relata que toda la línea de sangre será
purgada por sus pecados, ella logrará escapar después de darle un golpe con una
estalagmita. No obstante, se llevará una gran sorpresa cuando intente salir
de esa cueva donde está cautiva y descubra que se encuentra en el ‘corazón’ de
Lazarus, también llamado El Hoyo del Dragón.
Mientras tanto, Damian y Maya tienen una conversación sobre
segundas chances (al fin que esa es la génesis de este libro) y de lo que el joven
aprendió de su padre sobre las elecciones que se toman en la vida, sobre todo
en las que ellos llevan. Quien sea que estaba enviándole los mensajes a Ducard, mientras realizaba una “limpieza” en Metropolis, le comenta que si no se reportaba
lo buscaría personalmente ya que iban a perder su paga. La joven decide entonces contestar con un rotundo ‘renuncio’.
El problema es que el “socio” de Morgan Ducard no era otro
que Deathstroke, y a Slade Wilson no le gustan los
que renuncian.
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