L’Enfant
Terrible
(mais adorable)
“If you
read this line, remember not the hand that wrote it
Remember
only the verse, songmaker’s cry, the one without tears
For I’ve
given this strength and it has become my only strength…”
Yo no quería que Damian Wayne resucitase tras morir en los eventos finales de Batman Incorporated.
Recuerdo haber
escrito un panegírico al respecto titulado justamente “Por qué Damian no debe
volver a vivir”.
No que el personaje
no fuese de mi agrado, sino, más bien, porque Damian sí se había ganado mi corazón —un panegírico es justamente eso—.
No siempre fue así.
Cuando Morrison —en su grandioso run de finales de la década del 2000—
introdujo a este niño petulante, engreído y maleducado, yo estuve en el grupo
de los que alzó la ceja escéptico ante este hijo de Batman sacado de debajo de la manga. ¿Qué diablos tenía que hacer
un personaje así en medio del BatUniverse?
¿Quién lo necesitaba?
Tras despedir a Grayson en su papel de Robin, soportar la efímera estadía de Todd —sí, todos lo odiábamos en aquella
época—, y recibir con entusiasmo a Drake;
la verdad es que se nos hacía inconcebible el concepto de un nuevo Robin. Porque era obvio que este niñato
pagado de sí mismo había llegado para tomar —¡robar!— el manto del sidekick por antonomasia.
Pero, ¿de dónde
había sacado Morrison la idea tan
arriesgada de introducir a un hijo de Bruce
Wayne?
Aunque la tendencia
natural sea remitirnos al Son of the Demon, de Mike
W. Barr y Jerry Bingham —de 1987—, un elseworld donde se nos relata el
matrimonio entre Bruce y Talia al Ghul, y el posterior
nacimiento de un niño que es abandonado; Morrison
ha declarado que, al momento de concebir al personaje, no había leído el cómic
en cuestión, y su inspiración venía más bien del DC Special Series #15 de 1978 titulado I Now Pronounce You Batman And
Wife!, escrito por Dennis O’Neil.
El Robin Rises: Red Dawn Omega, sin embargo, establece a Son of Demon como parte del canon. Pero aquello sería años más
tarde —2014 para ser más preciso—. En aquel momento, nuestra inquietud era
otra:
Su debut en escena
—en el ahora memorable Batman #656
de octubre de 2006— de inmediato nos puso sobre aviso de las intenciones de
este hijo aparecido de la nada y los siguientes números asentaron aún más la
idea de que su presencia sería larga, con carácter de permanente: ya al final
del siguiente número nos encontramos a Damian
pateando el trasero de Tim, colocándose
el uniforme que alguna vez perteneciera a Jason,
para mayor inri, y presentándose con completo descaro ante Batman, reclamando lo que él pensaba que era su ius sanguinis.
Pero esta toma de
posesión en el BatUniverse no iba
sólo dirigida como afrenta a Batman
mismo, sino que nos parecía deliberadamente dirigida a nosotros, el público.
¿Cómo habría de
resultar?
A medida que los
eventos conducentes a Batman R.I.P.
tomaban brío y veíamos, fascinados, cómo Morrison
tomaba lo más burdo y sicódelico sobre el Murciélago de Gotham que se había producido en los cincuenta
y sesenta y lo reconvertía en una nueva mitología que fortalecía y revitalizaba
a Batman, Damian empezaba a crecer como personaje. Poco a poco se convertía
en una pieza vital para definir a su mismo padre, para descubrirnos a un Bruce Wayne que apenas podíamos avistar en su relación con los anteriores
Robin.
El maldito bastardo
se ganaba, página a página, viñeta tras viñeta, nuestros corazones. Descubrimos
cómo bajo la figura de este pequeño asesino, heredero del imperio al Ghul, existía un niño que nunca se
había sentido realmente querido sin tener que exponer vez tras vez sus habilidades
de verdadero ḥaššāšīn. Un hijo en
busca de una figura paternal que Bruce
Wayne no era del todo capaz de
cumplimentar. A decir verdad, un hijo aprendiendo a ser hijo y un padre
aprendiendo a ser padre.
Aquella dialéctica
nos fue atrapando en su dinámica y más pronto que tarde, Damian Wayne se nos
volvió indispensable.
Pero su verdadera
revelación como personaje, como Robin,
vendría tras la muerte de su padre en el citado Batman R.I.P. y el paralelo Final Crisis: desaparecido Batman,
alguien debía tomar su manto y Dick Grayson, el Robin original, se vistió la capucha y la capa —como leímos en el
arco Battle for the Cowl de inicios
de 2009—. Y, tras él, Damian reclamó
su puesto como el sidekick oficial.
Los nuevos Batman y Robin —escritos por el mismo Morrison
y dibujados exquisitamente por Frank
Quitely— hicieron su debut en agosto
de 2009. Una de las series y versiones más memorables que ha tenido el Dúo Dinámico desde su debut, setenta y
cinco años atrás. Título que no sólo revitalizó el concepto de Batman y Robin en sí, sino que posicionó definitivamente a Damian en el BatUniverse.
Tras el regreso del Batman original, la saga Batman Incorporated siguió añadiendo
matices a la construcción del personaje de Damian
Wayne, título que permitió, además, que al momento del reboot de DC en 2011 —los a ratos penosos The New 52—, el joven hijo de Batman fuese de los pocos personajes
que conservase su personalidad íntegra: acertadamente —como pocas cosas en The New 52—, la línea argumental de Batman Incorporated se mantuvo incólume
en la transición y pudimos seguir a padre e hijo en su batalla contra los
nefastos planes de Heretic y su maestro
—que se nos revelaría como Talia al Ghul
misma—. Planes que, finalmente, nos llevarían a uno de los momentos más
dolorosos del BatUniverse: la muerte de Damian a manos de Heretic, su casi medio hermano.
Y nos quedamos todos
en suspense, transidos por una
pérdida que no imaginábamos que fuera posible.
Antes, durante el run original de Morrison, ya habíamos tenido un vistazo de Damian adulto portando el manto de su padre; y la miniserie de cuatro
números titulada Damian: Son of Batman
—2013—, escrita y dibujada por Andy Kubert el creador artístico del
personaje, nos había reafirmado esa versión. ¿Cómo era posible que Morrison
se lo cargase de buenas a primeras?
Acostumbrados a los
giros de guión forzados por las editoriales, creo que todos apostamos porque la
muerte sería temporal.
No nos equivocamos.
Aunque la intención de Morrison sí era dejarlo muerto, DC no estaba dispuesto a perder un
personaje con tanto paño por recortar aún.
En ese escenario
escribí aquel “Por qué Damian no debe
volver a vivir”.
El personaje me
había enamorado. Como a tantos otros, el rechazo inicial se había transformado
en incondicional admiración. Una suerte de hijo propio que deseábamos ver
crecer en las páginas del BatUniverse.
Pero ya que había fallecido —y de un modo tan glorioso, completamente
reivindicado como un Wayne noble y
altruista—, el mejor honor que se le podía hacer era dejarlo muerto. Para que
su terrible partida no quedara en un mero gesto comercial. Sabíamos que lo
veríamos en versiones alternas —como de hecho ha ocurrido en Injustice: Gods Among Us y Batman: the Brave and the Bold—, pero queríamos que el original quedara en
nuestras retinas grabado en aquel momento sublime en que brilló como una nova,
justamente un instante antes apagarse entre los estertores de la muerte a filo
de espada.
La historia, bien
saben ustedes, no fue así.
El título Batman and Robin acogió un largo arco
en busca del cadáver de Damian que
culminó en Apokolips mismo y tuvo su
epílogo en la Batcave, con la Familia reconciliada de algún modo —tras
Death of the Family— y con la
hermosa imagen de Bruce estrechando
a su hijo resucitado.
Todo justo antes del
reciente Convergence que tuvo, de
resultas, un nuevo título —desaparecido Batman
and Robin— llamado Robin: Son of Batman, en el cual Damian,
acompañado de una bestia llamada Goliath
y de una nueva versión de Nobody,
intenta resarcir todo el daño que hizo alrededor del mundo mientras aún estaba
bajo la tutela de su madre y el cobijo de su siniestro abuelo Ra’s al Ghul. Una suerte de iniciación
llamada Year of Blood, escrita y
dibujada magníficamente por Patrick Gleason que sabe darle a Damian un look de niño malas pulgas,
pero vulnerable a la vez.
Serie que lo empuja
a nuevas alturas, que le permite seguir evolucionando y que lo tiene
transformado en uno de los caracteres mejor construidos del universo actual de DC, un personaje que ahora agradecemos
que haya vuelto a la vida y que esperamos acompañar por mucho tiempo —en lo más
inmediato, dentro de la recién lanzada RobinWar—.
“…Comforting home, mother’s lap, chance for
immortality
Where being wanted became a thrill I never knew
The sweet piano writing down my life”
(“Dead
boy’s Poem”, Nightwish)
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Lichu.