TAKE ME TO MY CAVE
Título:
Superheavy, part eight
Escritor:
Scott Snyder
Lápices:
Greg Capullo
Tintas:
Danny Miki
Colores:
Fco Plascencia
Portada
variante “Adult Coloring Book”: Dave Johnson
La sicología infantil nos enseña que los niños
tienen la obsesión de ver aquellas cosas que les interesan, vez tras vez. Una
de las razones que se dan para este comportamiento es la necesidad verdadera de controlar un mundo que,
desde su perspectiva, les parece inmenso e ignoto. La repetición de patrones,
en este contexto, les da el sentido de seguridad que necesitan para desarrollarse.
Esta acción, así mismo, logra que el
conocimiento se asiente en sus mentes de mejor manera. “La repetición, se dice, es la
madre de la retención”.
Pero no sólo es conocimiento lo que los niños
logran aprehender —sí, así, con hache—,
sino que también graban las emociones que aquello conllevan, las cuales, si han
sido placenteras, divertidas, etc., ellos querrán rememorar al ver de nuevo lo
que, en un principio, les causó tales sensaciones.
Los lectores de cómics —más bien, de cómics de
superhéroes— también experimentamos algo parecido: vez tras vez, en especial si
llevamos muchos años leyéndolos, nos encontramos con argumentos repetitivos,
con historias que nos evocan a alguna anterior. Pero no podemos evitar leerlas,
aunque sabemos cómo acabarán —porque ya lo hemos visto antes, iteradas hasta el
cansancio—.
Cuando las muertes de superhéroes se hicieron
populares —comenzando con aquella de Superman
a principio de los noventa—, pronto pudimos adivinar un patrón que se repite,
una y otra vez.
Apenas sabemos que un héroe cualquiera morirá,
ya adivinamos que volverá tras unos números.
Pero nosotros no somos niños —espero hablar
por la mayoría— y el caudal de emociones que podamos sentir ante un evento, va
mermando a medida que leemos y releemos la misma historia: Cuando Superman murió, fue noticia
internacional, trascendió el mundillo de los cómics —de hecho, en mi país, fue
titular de periódicos—. Todos nos sentimos conmocionados y corrimos a comprar
los siguientes números para saber qué ocurriría a continuación.
En cambio, hace unos meses, cuando Batman murió al terminar el arco “Endgame”, poco y nada se supo en el “mundo exterior”. Sólo los que seguíamos
la historia de Snyder y Capullo, dimos cuenta del suceso a
través de las redes sociales, pero completamente sabedores de que pronto tendríamos
a Wayne/Batman de vuelta —¿o hubo
algún neófito de los comics que creyese lo contrario?—.
¿Qué nos motiva, entonces, a ver y rever las mismas historias? Obviamente
nuestras motivaciones pueden asimilarse a la de los pequeños: la necesidad de
pertenecer a un terreno que conocemos y controlamos —algo cercano a la evasión
de la realidad que el arte ha tenido como una de sus funciones desde que algún cimmeriano estampó su palma en la pared
de alguna cueva ibérica—. Pero, obviamente, hay diferencias —o así esperamos,
para no sentirnos tan ridículos—: nos gusta ver historias que se repiten en un
ciclo interminable, sabedores del final, pero curiosos de conocer cómo se alcanzará aquel clímax.
Porque ahí
radica la gran diferencia entre un preescolar visionando por infinitésima vez
tal o cual película, y nosotros leyendo un cómic: el niño necesita la
repetición exacta de lo que ha visto antes. Nosotros —aunque suene
horriblemente pretencioso— ambicionamos encontrarnos con un desarrollo novedoso,
incluso cuando el inicio y el desenlace ya nos sean conocidos.
Y es lo que ha ocurrido con “Superheavy”: en cuanto tuvimos a Batman muerto, supimos que volvería;
pero no sabíamos cómo y eso nos indujo a devorar todas las partes ya publicadas
de este arco.
Snyder, no cabe duda, es un escritor con oficio. Sabe construir una historia.
Sabe manejar el tempo —sí, sí,
también ha cometido errores en arcos anteriores, no somos ciegos a ello—. Y “Superheavy” ha sido un muestrario de sus
más aguzadas armas en el arte de narrar. Uno pudiera pensar, en vista de las
noticias de esta última semana, que busca despedirse a lo grande del título.
Quizá, lo primero que nos llamó intensamente
la atención respecto a Wayne/Batman,
es que Snyder desde el primer número
nos dijo que el héroe estaba vivo. No se sacó de bajo la manga un regreso inesperado,
jugando con posibilidades. Simplemente cambió las reglas del juego y posicionó
a Wayne como protagonista al
capítulo siguiente de su muerte.
Anteriormente ya hemos repasado las circunstancias que envolvieron la vuelta a la vida de Wayne. Lo que Snyder
quería plantearnos no era la muerte de un hombre y su posterior resurrección
—hecho bastante trivial en el mundo comiquero
comercial—. Snyder quería hablarnos
sobre la muerte y resurrección de un mito: el mito de Batman.
Mediante varias tramas paralelas: la
introducción del incomprendido Rookie
y su aún más incomprendido ocupante BatGordon,
la aparición de Mister Bloom, un enemigo nuevo y formidable, la vida normal alcanzando a Wayne de la mano de Julie Madison, los desvelos de Alfred, un mayordomo/padre, por
proteger a su amo, las investigaciones de un ahora trascendental Duke Thomas, los laboratorios subterráneos de Powers buscando aquel metal súperpesado…
Todo ello confluyó lentamente para llegar a este número #48, antesala de las dos últimas partes de este arco.
Queríamos ver cómo Batman volvería.
Hoy somos espectadores privilegiados de uno de los más originales regresos de
la muerte de un superhéroe: es el mito, el símbolo lo que vuelve a la vida;
renovado, cambiado, motivado por nuevos deseos.
Llévame
a mi cueva, ordena en la última página de este número
un decidido Bruce Wayne, mientras un dolido Alfred Pennyworth se dobla de dolor.
¿Qué nos llevó hasta este punto?
Infinidad de veces se ha argumentado que Batman es el creador de The Joker. Hoy, pareciese que un también amnésico Joker es el que da el empujón final para la creación de este nuevo Batman. Una suerte de do ut des en que cada uno ha entregado
algo para que el otro sea.
Si pudiésemos definir en una sola palabra este
número #48, quizá la más apropiada
sea subidón. De un número a otro, reaparición de The Joker mediante, todo se ha acelerado… Y no es que queramos hacer
una clara referencia al Acelerador de
Partículas que se pone en movimiento en este número amenazando con tragarse
Gotham completa. Más bien hablamos
de cómo Snyder manejó la trama, bordeando su núcleo, como un animal
esperando lanzarse contra su presa, para, activado el catalizador —en un principio Duke, pero definitivamente The Joker—, arremeter con un escalamiento
de la acción, de los acontecimientos, para llevarlos a un clímax que, no nos
cabe duda, habremos de disfrutar a cabalidad.
Gotham vuelve a estar al borde del peligro. Mister Bloom se revela
en su verdadera naturaleza. BatGordon
es llevado a las cercanías de la muerte. Duke
enfrenta una verdad dura. Alfred
llora porque hizo todo lo que pudo y no fue suficiente. Y Bruce Wayne reclama lo
que es suyo. No por un trauma. No por una venganza. Sino por decisión propia.
Porque sabe que esa es su realidad. Lo que el niño debió ser. Un héroe
dispuesto a dar la vida si es necesario para demostrar que sí se puede. Que los
problemas no nos pueden ganar.
Take me
to my cave, ordena. Y, en realidad, está sentenciando:
Yo soy BATMAN. Ése soy yo. Y esta es
mi ciudad.
Batman ha vuelto.
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