MESDAMES ET MESSIEURS
Título: 3: Paris
Historia: Matteo Casali y Brian Azzarello
Esbozos: Giuseppe Camuncoli
Arte: Diego Latorre
Portada alternativa: Francesco Mattina
Paris, la capital
de Francia, es una de esas ciudades
de las que es imposible no saber nada, aunque, claro, la mayoría de las cosas
que aseguramos saber tienen más que ver con un Paris mítico o, por lo menos, idealizado.
Pero Paris está
ahí, el río Sena está ahí, Les Champs Elysées, la Tour Eiffel, el Louvre, Notre Dame, el Arco del Triunfo, y tantos otros lugares están ahí.
Y también está su romance con los artistas… Cliché o no, Paris siempre ha resultado un imán para
las más grandes mentes de todos los tipos de arte: desde los poetas malditos —con
el robusto Baudelaire cantando sus Elegías a Satán, con el adolescente Rimbaud
dejándose querer en los brazos del viejo Verlaine—
hasta los novelistas pensadores —con Sartre
rechazando La Peste, con Camus
hablando de existencialismo—; con los pintores redefiniendo el concepto de
forma, color y realidad —con Degas, Picasso, Monet, Manet, Gauguin y toda la escuela
expresionista—.
Pero no sólo genios franceses han escuchado el llamado de la
Ciudad Luz —la Lutetia que Ásterix y Óbelix nos enseñaron a amar, mientras nos reíamos de esos locos,
locos romanos—. Desde todo el mundo, los intelectuales, los renegados, llegaron
a confundirse en sus callejuelas y barrios.
Dentro de esa camada, llegó un escritor sin suerte,
menospreciado, pobre y sin futuro. Henry
Miller era su nombre y si hoy
mencionarlo basta y sobra para que todos lo reconozcamos y nos inclinemos ante
la grandeza de su gran obra; en aquellos tiempos era no más que cientos de escribidores, mendigando lo que les daba
la vida.
Todo lo que había escrito, aquello que el mundo editorial
estadounidense desdeñó, en Paris explotó
llenando los sentidos de todo el mundo literario independiente. Plexus, Nexus, Sexus, Trópico de Cáncer, Trópico de
Capricornio —hoy clásicos—, situaron a Miller
como uno de los más grandes nombres de la Literatura
Universal.
Aquello que gringolandia
botaba al tacho de la basura con su más hipócrita expresión de escándalo, en Francia fue acogida con los brazos
abiertos, valorando la fuerza de un hombre viejo que aseguraba escribir “más bien con el pene que con el lápiz”.
Sólo después de su rotundo éxito europeo, Henry Miller volvería a Estados Unidos convertido en mito, padre putativo
del movimiento Beatnik de principios
de los sesenta. Un héroe de las letras.
Es significativo que el arribo de Batman y The Joker a la Ciudad Luz esté marcada
por un signo similar. Porque, claro, estamos hablando de “Batman: Europa”, de su
tercera parte ubicada precisamente en Paris.
Aunque hemos tenido indicios en los dos números anteriores —Berlin y Praga—, es en esta ciudad donde se nos revela uno de los puntos más
interesantes de esta saga: The Joker es el protagonista la mayor parte
del tiempo.
Mientras Batman
decae y sus comentarios parecen balbuceos a veces, la voz del Payaso Asesino se nos vuelve más prístina con cada viñeta que pasamos.
Firme, segura. La mayor parte de las veces es The Joker quién sabe qué hacer y, no podemos negarlo, el que
salva el día.
Apoyado por el apabullante arte de Latorre, la visión que tenemos de Paris a través de los ojos de Batman
es la de una ciudad irreal, casi fantasmagórica, que se escabulle por la
periferia de nuestra vista —Latorre,
en ese sentido, nos recuerda el magnífico trabajo de Ashley Wood para Hellspawn de Image Comics—. Y, a la
vez, recalca el estado mental de Batman.
De algún torcido modo, ya no estamos ante una simple
inversión de roles entre el Murciélago
y The Joker. La verdad es que ya nos parece que Batman se transforma en el sidekick
de su compañero a la fuerza.
¿Qué es lo que hace que, mientras el virus lo carcome por
dentro, The Joker parezca más vivo que nunca?
La respuesta podría estar en lo que bien podríamos llamar el
“efecto Henry Miller”: perseguido,
marginado en Estados Unidos y más específicamente en Gotham; The Joker es percibido
como un verdadero artista por Francia
y Paris es una ciudad rendida a sus
pies —irónico resulta que el cómic comience poniendo en labios de Batman su admiración por la Ciudad Luz y su reconocimiento de que si no existiese Gotham, Paris sería su opción
obvia—.
Es curioso, además, que al presentarnos a este enigmático Trojan Horse, su aspecto sea una amalgama perfecta entre Batman y The Joker. No sabemos si
realmente luce así o es otro delirio del Encapotado
—no olviden nunca que las historias que leemos o vemos, siempre son el punto de vista
de quién nos la cuenta—.
Lo cierto, en todo caso, es que dando palos de ciego la
mayor parte del tiempo, Batman sigue
llegando tarde y sumando al recuento de víctimas —esta vez, la joven Nina involucrada a la fuerza en esta
cacería—. Si en algún momento tuvimos dudas sobre juntar a los dos
archienemigos en una misma historia, hoy agradecemos que haya sido de un modo
innovador y no en el clásico sentido de “ohnosomostandistintoselunodelotro”.
“Batman: Europa” es una mirada distinta, es una
idea que se atreve a ir más allá, apoyada por un arte de excepción en cada
entrega, que, más que relatarnos una simple historia contrarreloj para detener
un virus —que ya lo vimos en “Contagion”del ‘96—, nos enseñando que incluso Batman
puede quedarse sin planes y que la solución última puede estar en quien hemos
juzgado loco, pero que posee la suficiente cordura y entereza para afrontar la
muerte vecina y salir victorioso.
Tras Paris, la
historia nos promete un gran final en Roma,
la ciudad hacia donde llevan todos los caminos.
Seguiremos a Batman
y The Joker en su viaje. Lo más probable es que las respuestas nos sorprendan
tanto o más de lo que lo han hecho en estos tres números.
Paris ya queda
atrás. Tenemos Roma a la vista.
Larga vida a los italianos.
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