I do not know you to waver
Título: “Intelligence”, parte 3 y 4 - “Short Circuit”/“Ghost in the Shell”.
Escritor: James Tynion IV.
Lápices: Álvaro Martínez.
Tintas: Raúl Fernández.
Colores: Brad Anderson.
Rotulado: Sal Cipriano.
Portada: Yasmine Putri.
Portada alternativa: Rafael Albuquerque.
¡Oh que en el Seol me
ocultaras,
que me mantuvieras
secreto hasta que tu cólera se volviera atrás,
que me fijaras un
límite de tiempo y te acordaras de mí!
Si un hombre
físicamente capacitado muere, ¿puede volver a vivir?
Todos los días de mi
trabajo obligatorio esperaré,
hasta que llegue mi relevo.
Si a alguno aún
le quedaba alguna duda sobre la calidad del trabajo que Tynion está haciendo con “Detective Comics”, estos dos últimos números ciertamente han acabado por consagrarlo
como el mejor escritor en este momento de los principales títulos que incluyen
la participación directa de Batman y
toda la mitología que le acompaña.
Con un arco
centrado en la restitución de Jean-Paul
Valley al lugar que tuvo desde su aparición en el Bativerso, Tynion no acaba de sorprendernos y
enamorarnos con sus historias.
Sin embargo, “Intelligence” no es sólo Azrael como pudiera parecernos a simple
vista: junto a la lucha con los demonios internos de Valley, hemos asistido a la lucha del mismo Batman con sus propios demonios que, como todos sabemos, son
muchísimos y, por lo visto en estas entregas, a la lucha contra las dudas de
ejecutor de la Orden de San Dumas, Ascalon.
La eterna batalla
entre la Duda y el Conocimiento.
Batalla que casi
alcanza su cota máxima en estos dos episodios.
Tras la derrota aparente de Ascalon, es hora de que
este regrese a su hogar, a la Catedral
Roja de la Orden que, al igual que muchas fortalezas del mundo de los cómics, está
ubicada en algún sitio inaccesible del mundo; en este caso, los Alpes suizos.
Ascalon, esta entidad abocada a cumplir los dogmas de la Orden, se encuentra atribulado por la duda. El encuentro cara a
cara con Valley ha resultado como la
serpiente deslizándose, sinuosa, por el árbol del Conocimiento, sembrando la duda.
Ascalon, que no es más que una armadura al servicio de un software, se ha visto a
sí mismo en su oponente, y el dogma —que, al final de cuentas, es una mera
programación— ha entrado en contradicción.
Tiene preguntas…
Y sólo su mentor puede responderlas.
De rodillas,
penitente, implora a su Padre que le dé una señal, una respuesta a sus
preguntas.
Respuesta que,
como en todo dogma fundamentalista, sólo tiene su revelación en la dialéctica
entre lo bueno y lo malo, lo sagrado y lo profano: Valley es anatema. Se ha corrompido. Debe ser destruido. Es el
único modo de obliterar semejante abominación.
Ascalon, a ojos de su Padre, es la verdad revelada, pura. Valley es la verdad cegada, corrompida.
Ascalon es espíritu. Valley es carne.
La carne debe ser
aplastada. El espíritu, alzarse.
Sin embargo, Jean-Paul Valley es más que un simple
creyente infiel a su doctrina:
Es un hombre. Un
hombre pensante, dotado de libre albedrío. Un hombre que ha descubierto que sus
creencias —que tenía por absolutas e inmutables— son sólo un dogma implantado
en su mente, las ideas de algún otro hombre como él. Ideas, por lo tanto,
factibles de cuestionar y, si se prefiere, desechar.
Ése ha sido el
camino que en gran parte ha tomado Valley
en su nueva representación en el Bativerso: desde ser un creyente absoluto,
hasta la de ser un apóstata por voluntad propia. Casi calcado de su primera
aparición, con el aditivo tecnológico que ya hemos comentado en reseñas anteriores.
Pero las ideas,
las creencias, esos demonios internos que todos cargamos, a veces como lastre
que nos ata a la tierra, a veces como helio que nos remonta al cielo; ésos también vuelven a acosar a Valley.
El encuentro con Ascalon, la revelación de otro yo,
también le ha tocado. Y ¿qué somos los hombres si no somos capaces de
cuestionarnos, de dudar?
Sólo que en el
caso de Jean-Paul… En su caso, tras
una vida sometida al adoctrinamiento, a la programación literal de su mente,
este tipo de fracturas del alma sólo pueden conducir a la desesperación.
Desesperación que Tynion visualiza
en un ángel-demonio corporizado que acosa, demanda e inexorablemente toma el
mando de la psiquis de Valley,
dejando que el fanatismo se sobreponga al razonamiento.
Y tenemos a Batman. Este hombre que gusta de vivir
entre misterios en la oscuridad, el hombre que tiene un plan para todo.
Durante los
capítulos de este arco, hemos sido testigos en primera fila de su relación con
lo mágico y lo oculto a través de Zatanna,
la siempre apetecible hija de Zatara
—si se me permite el exabrupto…—.
La magia, en
muchos sentidos, es un modo distinto de acercarse a lo divino y para Batman, su búsqueda es prácticamente
una empresa espiritual, un sacerdocio autoimpuesto.
En cierto
sentido, su cruzada hace honor a su nombre: una guerra de rasgos casi
religiosos.
Batman, en su modo torcido, también se encuentra regido por dogmas y creencias
que parecen inmutables y que, no obstante, debe poner en duda si quiere resultados, si quiere Conocimiento.
Sus sucesivos
encuentros con Zatanna parecen por
fin hacer mella en su casi impenetrable máscara; de tal suerte que, aun
reticente, recurre a la magia de su amiga cuando la desesperación —que él nunca
reconocerá— por saber de la suerte de Tim Drake sólo puede ser aliviada por
una revelación, por un objeto sagrado. En este caso, la Esfera Gnosis. Y gnosis no es sino la palabra griega para
Conocimiento, sólo que aquí referido
a un conocimiento oculto, tal vez divino… tal vez demoniaco; el Conocimiento que entrega la Orden de San Dumas, el Conocimiento que entregan las artes
mágicas.
Siempre reacio a
las artes taumatúrgicas, Batman se
entera que ésta ha estado más que presente en su vida y que, por medio de sus
artes, varios episodios de su existencia se han desvanecido tras el velo impuesto
por Zatara y otros servidores de las
artes ocultas —increíble y sorprendente resulta, en este contexto, la aparición
furtiva de Ra's al Ghul—.
Para bien o para
mal, el Murciélago reconoce que ha
llegado la hora de encarar tal Conocimiento,
si quiere salvar a su discípulo amado.
Tú llamarás, y yo
mismo te responderé.
Por la obra de tus
manos sentirás anhelo.
Porque ahora sigues
contando mis pasos mismos;
no vigilas otra cosa
sino mi pecado.
Sellada en una bolsa
está mi sublevación,
y tú aplicas cola
sobre mi error.
Sin embargo, una
montaña misma, cayendo, se desvanece,
y hasta una roca es
trasladada de su lugar.
Tres caras de una
misma historia, que Tynion amalgama
de tal manera que, lejos de ser una lectura agobiante o críptica, sabe fluir
entre páginas llenas de acción y acertados diálogos.
Con una puesta en
escena casi cinematográfica —Martínez
juega con las viñetas a doble página para entregarnos una imagen, se diría, widescreen—, Tynion construye su argumento, alternando a los protagonistas para
reunirlos en uno de los finales con cliffhanger
más emocionantes que nos haya tocado presenciar en mucho tiempo en las páginas
de un cómic como este.
Por un lado, como
hemos señalado, Ascalon regresa a la
Catedral Roja lo justo para ser iluminado con el Conocimiento, o evangelio, impartido por su Padre, reafirmando su fe trastocada por la visión de Valley.
Éste, a su vez,
conturbado por las cosas que él también vio al encontrarse con Ascalon, es acosado por su daimonion interno y acaba en una especie
de éxtasis o delirio religioso donde se encuentra con el Conocimiento —en la perversa forma de un niño— que la Orden de San Dumas ha implantado tan en
lo profundo de su mente que desarraigarlo conlleva un dolor inconmensurable.
La lucha casi bíblica
entre carne y espíritu que, sin embargo, acaba ganando el espíritu en este caso.
Espíritu que en esta historia es el mismo Conocimiento
fundamentalista de la Orden.
Los intentos de Batwing y Batwoman por desentrañar los misterios de la armadura del ángel
vengador se ven alterados cuando Ascalon
se adueña de todas las armaduras disponibles y, cual Arcángel Miguel al mando
de sus santos, se lanza contra la Bellfry
para ejecutar la justicia divina contra el penitente Nomoz.
Pero la pelirroja
Kane y el indómito Fox no se arredran, sino que buscan una
solución, una piedra de Rosseta que
les ayude a desentrañar los misterios tras la programación de la Orden. Respuesta que parece hallarse en
los circuitos de Rookie, el cual no
se ha visto afectado por las buenas nuevas de Ascalon y no se ha convertido en su prosélito.
Pero querer
acercarse al Conocimiento tiene sus
riesgos y el ángel vengador tiene más de una cara: Valley, completamente dominado por la doctrina ataca para impedir
la blasfemia.
Enfrentados a un
enemigo formidable, Batwoman y Batwing resisten lo mejor que pueden
hasta que llega Orphan.
Pero este Jean-Paul Valley es la verdadera
reencarnación del Azrael original de
los ’90. Prácticamente imbatible, certero, fanático.
En estas escenas,
Tynion empieza abandonar al Valley que nos introdujo “Batman and Robin Eternal”, uno mucho
más vulnerable y abatible, y nos devuelve a esa verdadera fuerza sagrada que
nos hizo amar y odiar por partes iguales durante “Knightfall” y sus secuelas.
Estando las
cartas echadas, sólo la repentina aparición de Batman y Zatanna logran
detener al santo de la Orden.
Sólo queda una
solución para detener el Armagedón inminente: transformar a este ángel
vengador en el ángel salvador.
El agua ciertamente
desgasta hasta las piedras;
su derramamiento se
lleva el polvo de la tierra.
Así has destruido la
mismísima esperanza del hombre mortal.
Lo subyugas para
siempre de manera que él se va;
estás desfigurándole
el rostro de modo que lo despachas.
Sus hijos reciben
honra, pero él no [lo] sabe;
y vienen a ser
insignificantes, pero él no los considera.
Solo su propia carne
mientras [esté] sobre él seguirá doliendo,
y su propia alma
mientras [esté] en él seguirá de duelo”.
(Job 14:13-22)
Es entonces que
se abre ante nosotros la última página de estos dos hermosos episodios
revelándonos lo que todo verdadero acólito de Batman ha esperado: el advenimiento de la armadura de Bat-Azrael.
Un verdadero
anuncio de la segunda venida de Azrael,
quien habrá de aplastar la cabeza de Ascalon
y cerrar el ciclo apocalíptico que la sola presencia de Jean-Paul Valley susurra en nuestras cabezas.
Ahora sólo queda esperar el cierre perfecto de un arco
perfecto que nos ha devuelto a un personaje caro a nuestros sentimientos. Y esperar
cómo, teniendo ya a Bat-Azrael hecho
carne entre nosotros, la historia sigue desarrollándose dentro de las páginas
de “Detective Comics”.
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