Reseña: “Detective Comics” #960 y #961 - “Intelligence”, tercera y cuarta parte

I do not know you to waver

Título: “Intelligence”, parte 3 y 4 - Short Circuit/Ghost in the Shell”.
Escritor: James Tynion IV.
Lápices: Álvaro Martínez.
Tintas: Raúl Fernández.
Colores: Brad Anderson.
Rotulado: Sal Cipriano.
Portada: Yasmine Putri.
Portada alternativa: Rafael Albuquerque.

¡Oh que en el Seol me ocultaras,
que me mantuvieras secreto hasta que tu cólera se volviera atrás,
que me fijaras un límite de tiempo y te acordaras de mí!
Si un hombre físicamente capacitado muere, ¿puede volver a vivir?
Todos los días de mi trabajo obligatorio esperaré,
hasta que llegue mi relevo.

Si a alguno aún le quedaba alguna duda sobre la calidad del trabajo que Tynion está haciendo con “Detective Comics”, estos dos últimos números ciertamente han acabado por consagrarlo como el mejor escritor en este momento de los principales títulos que incluyen la participación directa de Batman y toda la mitología que le acompaña.
Con un arco centrado en la restitución de Jean-Paul Valley al lugar que tuvo desde su aparición en el Bativerso, Tynion no acaba de sorprendernos y enamorarnos con sus historias.
Sin embargo, “Intelligence” no es sólo Azrael como pudiera parecernos a simple vista: junto a la lucha con los demonios internos de Valley, hemos asistido a la lucha del mismo Batman con sus propios demonios que, como todos sabemos, son muchísimos y, por lo visto en estas entregas, a la lucha contra las dudas de ejecutor de la Orden de San Dumas, Ascalon.
La eterna batalla entre la Duda y el Conocimiento.


Batalla que casi alcanza su cota máxima en estos dos episodios.
Tras la derrota aparente de Ascalon, es hora de que este regrese a su hogar, a la Catedral Roja de la Orden que, al igual que muchas fortalezas del mundo de los cómics, está ubicada en algún sitio inaccesible del mundo; en este caso, los Alpes suizos.
Ascalon, esta entidad abocada a cumplir los dogmas de la Orden, se encuentra atribulado por la duda. El encuentro cara a cara con Valley ha resultado como la serpiente deslizándose, sinuosa, por el árbol del Conocimiento, sembrando la duda.
Ascalon, que no es más que una armadura al servicio de un software, se ha visto a sí mismo en su oponente, y el dogma —que, al final de cuentas, es una mera programación— ha entrado en contradicción.
Tiene preguntas… Y sólo su mentor puede responderlas.
De rodillas, penitente, implora a su Padre que le dé una señal, una respuesta a sus preguntas.
Respuesta que, como en todo dogma fundamentalista, sólo tiene su revelación en la dialéctica entre lo bueno y lo malo, lo sagrado y lo profano: Valley es anatema. Se ha corrompido. Debe ser destruido. Es el único modo de obliterar semejante abominación.
Ascalon, a ojos de su Padre, es la verdad revelada, pura. Valley es la verdad cegada, corrompida.
Ascalon es espíritu. Valley es carne.
La carne debe ser aplastada. El espíritu, alzarse.


Sin embargo, Jean-Paul Valley es más que un simple creyente infiel a su doctrina:
Es un hombre. Un hombre pensante, dotado de libre albedrío. Un hombre que ha descubierto que sus creencias —que tenía por absolutas e inmutables— son sólo un dogma implantado en su mente, las ideas de algún otro hombre como él. Ideas, por lo tanto, factibles de cuestionar y, si se prefiere, desechar.
Ése ha sido el camino que en gran parte ha tomado Valley en su nueva representación en el Bativerso: desde ser un creyente absoluto, hasta la de ser un apóstata por voluntad propia. Casi calcado de su primera aparición, con el aditivo tecnológico que ya hemos comentado en reseñas anteriores.
Pero las ideas, las creencias, esos demonios internos que todos cargamos, a veces como lastre que nos ata a la tierra, a veces como helio que nos remonta al cielo; ésos también vuelven a acosar a Valley.
El encuentro con Ascalon, la revelación de otro yo, también le ha tocado. Y ¿qué somos los hombres si no somos capaces de cuestionarnos, de dudar?
Sólo que en el caso de Jean-Paul… En su caso, tras una vida sometida al adoctrinamiento, a la programación literal de su mente, este tipo de fracturas del alma sólo pueden conducir a la desesperación. Desesperación que Tynion visualiza en un ángel-demonio corporizado que acosa, demanda e inexorablemente toma el mando de la psiquis de Valley, dejando que el fanatismo se sobreponga al razonamiento.
Y tenemos a Batman. Este hombre que gusta de vivir entre misterios en la oscuridad, el hombre que tiene un plan para todo.
Durante los capítulos de este arco, hemos sido testigos en primera fila de su relación con lo mágico y lo oculto a través de Zatanna, la siempre apetecible hija de Zatara —si se me permite el exabrupto…—.


La magia, en muchos sentidos, es un modo distinto de acercarse a lo divino y para Batman, su búsqueda es prácticamente una empresa espiritual, un sacerdocio autoimpuesto.
En cierto sentido, su cruzada hace honor a su nombre: una guerra de rasgos casi religiosos.
Batman, en su modo torcido, también se encuentra regido por dogmas y creencias que parecen inmutables y que, no obstante, debe poner en duda si quiere resultados, si quiere Conocimiento.
Sus sucesivos encuentros con Zatanna parecen por fin hacer mella en su casi impenetrable máscara; de tal suerte que, aun reticente, recurre a la magia de su amiga cuando la desesperación —que él nunca reconocerá— por saber de la suerte de Tim Drake sólo puede ser aliviada por una revelación, por un objeto sagrado. En este caso, la Esfera Gnosis. Y gnosis no es sino la palabra griega para Conocimiento, sólo que aquí referido a un conocimiento oculto, tal vez divino… tal vez demoniaco; el Conocimiento que entrega la Orden de San Dumas, el Conocimiento que entregan las artes mágicas.
Siempre reacio a las artes taumatúrgicas, Batman se entera que ésta ha estado más que presente en su vida y que, por medio de sus artes, varios episodios de su existencia se han desvanecido tras el velo impuesto por Zatara y otros servidores de las artes ocultas —increíble y sorprendente resulta, en este contexto, la aparición furtiva de Ra's al Ghul—.
Para bien o para mal, el Murciélago reconoce que ha llegado la hora de encarar tal Conocimiento, si quiere salvar a su discípulo amado.

Tú llamarás, y yo mismo te responderé.
Por la obra de tus manos sentirás anhelo.
Porque ahora sigues contando mis pasos mismos;
no vigilas otra cosa sino mi pecado.
Sellada en una bolsa está mi sublevación,
y tú aplicas cola sobre mi error.
Sin embargo, una montaña misma, cayendo, se desvanece,
y hasta una roca es trasladada de su lugar.

Tres caras de una misma historia, que Tynion amalgama de tal manera que, lejos de ser una lectura agobiante o críptica, sabe fluir entre páginas llenas de acción y acertados diálogos.
Con una puesta en escena casi cinematográfica —Martínez juega con las viñetas a doble página para entregarnos una imagen, se diría, widescreen—, Tynion construye su argumento, alternando a los protagonistas para reunirlos en uno de los finales con cliffhanger más emocionantes que nos haya tocado presenciar en mucho tiempo en las páginas de un cómic como este.


Por un lado, como hemos señalado, Ascalon regresa a la Catedral Roja lo justo para ser iluminado con el Conocimiento, o evangelio, impartido por su Padre, reafirmando su fe trastocada por la visión de Valley.
Éste, a su vez, conturbado por las cosas que él también vio al encontrarse con Ascalon, es acosado por su daimonion interno y acaba en una especie de éxtasis o delirio religioso donde se encuentra con el Conocimiento —en la perversa forma de un niño— que la Orden de San Dumas ha implantado tan en lo profundo de su mente que desarraigarlo conlleva un dolor inconmensurable.
La lucha casi bíblica entre carne y espíritu que, sin embargo, acaba ganando el espíritu en este caso. Espíritu que en esta historia es el mismo Conocimiento fundamentalista de la Orden.
Los intentos de Batwing y Batwoman por desentrañar los misterios de la armadura del ángel vengador se ven alterados cuando Ascalon se adueña de todas las armaduras disponibles y, cual Arcángel Miguel al mando de sus santos, se lanza contra la Bellfry para ejecutar la justicia divina contra el penitente Nomoz.
Pero la pelirroja Kane y el indómito Fox no se arredran, sino que buscan una solución, una piedra de Rosseta que les ayude a desentrañar los misterios tras la programación de la Orden. Respuesta que parece hallarse en los circuitos de Rookie, el cual no se ha visto afectado por las buenas nuevas de Ascalon y no se ha convertido en su prosélito.
Pero querer acercarse al Conocimiento tiene sus riesgos y el ángel vengador tiene más de una cara: Valley, completamente dominado por la doctrina ataca para impedir la blasfemia.
Enfrentados a un enemigo formidable, Batwoman y Batwing resisten lo mejor que pueden hasta que llega Orphan.


Pero este Jean-Paul Valley es la verdadera reencarnación del Azrael original de los ’90. Prácticamente imbatible, certero, fanático.
En estas escenas, Tynion empieza abandonar al Valley que nos introdujo “Batman and Robin Eternal, uno mucho más vulnerable y abatible, y nos devuelve a esa verdadera fuerza sagrada que nos hizo amar y odiar por partes iguales durante “Knightfall” y sus secuelas.
Estando las cartas echadas, sólo la repentina aparición de Batman y Zatanna logran detener al santo de la Orden.
Sólo queda una solución para detener el Armagedón inminente: transformar a este ángel vengador en el ángel salvador.

El agua ciertamente desgasta hasta las piedras;
su derramamiento se lleva el polvo de la tierra.
Así has destruido la mismísima esperanza del hombre mortal.
Lo subyugas para siempre de manera que él se va;
estás desfigurándole el rostro de modo que lo despachas.
Sus hijos reciben honra, pero él no [lo] sabe;
y vienen a ser insignificantes, pero él no los considera.
Solo su propia carne mientras [esté] sobre él seguirá doliendo,
y su propia alma mientras [esté] en él seguirá de duelo”.
(Job 14:13-22)

Es entonces que se abre ante nosotros la última página de estos dos hermosos episodios revelándonos lo que todo verdadero acólito de Batman ha esperado: el advenimiento de la armadura de Bat-Azrael.


Un verdadero anuncio de la segunda venida de Azrael, quien habrá de aplastar la cabeza de Ascalon y cerrar el ciclo apocalíptico que la sola presencia de Jean-Paul Valley susurra en nuestras cabezas.
Ahora sólo queda esperar el cierre perfecto de un arco perfecto que nos ha devuelto a un personaje caro a nuestros sentimientos. Y esperar cómo, teniendo ya a Bat-Azrael hecho carne entre nosotros, la historia sigue desarrollándose dentro de las páginas de “Detective Comics”.

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